viernes, septiembre 22, 2006

Toulouse (1)

Me sorprende el amarillo de tu cocina como me sorprende todo lo contingente: quién necesita amarillo contigo en casa desbordando luz. Parce que quand je vais chez elle, c'est un peu Noël à chaque fois.
Toulouse era una fiesta. Aunque... Toulouse? No recuerdo nada. La fiesta, la vida, eres tú. Dondequiera que estés.

sábado, septiembre 16, 2006

Arquitecturas

Adora abrirla en diez e investigarla, limpiar semillas, nombres, voces, colados hace tiempo entre sus dientes. Barre su piel y sus guaridas con arcilla oscura de otro tiempo, mares bravos de saliva, olas y mares de lenguas, vientres y lenguas y dientes y un ciclón de hiel sobre su ombligo. Pasado sacro y ciego, cierto sólo bajo el marco de saberse escrito para ella, por si un día el amor que los acerca amanece exhausto y se revela como un puente diseñado y construido por una mano sola, un solo brazo, un puente colgado de un solo lado. Jamás Write ni Le Corbusier, lo sé, lo sé, lo supo siempre, lo gritó su abrazo, fuerte rama, larga espera, suave arena desfilando hacia el borde del mundo como un río de tiempo.
Y así la Muerte, bailando entre los tótems de su propia idolatría, irrumpe en la escena de todos los crímenes del mundo, de todas las muertes minúsculas a las que ya no llegó a tiempo. Y deja de bailar. Y calla.

viernes, septiembre 15, 2006

Versos al portador

A. y M. no son versos al portador. Y sin embargo. Podrían serlo, porque es difícil cerrar los ojos sin dudar que existen. Así la larva crea la célula que nos define, salvando techos con ayuda de los años y los atracos compartidos.

miércoles, septiembre 13, 2006

Tempestades

Llueve y truena y muerde como el día del juicio final. El cielo se abre en líneas verticales que lo descomponen como gritos de mujeres y de angustias. Te gusta darle la espalda a la tormenta y percibirla en forma de reflejos y destellos. Las luces de fiesta son el día durante décimas. Qué has hecho hoy, cuánta bondad en el sol escondido y en harapos. A punto de irrumpir en tu casa y de pronto una luz. Mejor imaginarte, escucharte hablar entre montañas. Termino el día sin subir en ti. La tormenta arrastra tu voz a trompicones, gargantas cayendo cuesta abajo. Ya se aleja, ya eres antes, ayer, pasado. Fuera de ti, la tormenta es agua, rayo, ruido. Libre de ti, prosa.

lunes, septiembre 11, 2006

Dilataciones

La paz es tacto mientras el tiempo les espera detrás de los libros, agazapado entre Irving y Murakami: tiempo haciendo tiempo hasta que estén preparados para despedirse. Tiempo amable, sutil, que pisa sin hacer ruido. Tiempo demasiado espeso para colarse entre los dedos como una agüita cualquiera. Cómo haremos, se dicen, para hecerle dudar. Y de pronto una mujer difícil se avalanza sobre el tiempo, lo amordaza, lo ata a una silla y lo embala con papel de burbujas. Para que no haga ruido. Para que el paso del tiempo se convierta en bolitas de aire explotando sobre el caer espeso de la tarde. Y así se hace de noche, como si el mundo despertase de una siesta pesada. Y los trenes no llegan. Y no hay onces de septiembre. Y no hay muertes ni nacimientos. Porque todo lo rasgan las burbujas del tiempo prisionero.

domingo, septiembre 10, 2006

La escritura o la vida

Buscas escritura y sólo encuentras vida, vida vomitada a borbotones por todos los poros de tu piel. Y la vida escoge vida de nuevo, y se cuela entre los dedos de tus pies y cualquier intento de huir de la vida, la vida lo vuelve inútil, así te revuelcas sobre vida, estiras los brazos hacia la vida, ofreces las palmas de las manos clamando vida, los dedos como gusanos encarnados que sólo alcanzan vida, vida empapando tu cara, tu nombre, tu todo. Porque de ti brota esta vida que sólo es vida en ti. Vida. Y ni rastro de escritura.

domingo, septiembre 03, 2006

Anna

Anna triste y sola. Y sin embargo. Anna se llaman las mujeres fuertes y seguras, con sus enes tan sonoras y repetidas.
Entiendes que no coleccione mariposas tristes ni nubes de verano, será que el tiempo no le deja muchas ganas de coleccionar algo que no sean arañazos o fracasos o mordidas o sangres o latidos. Anna llora mucho, llora tanto que a veces le da por llorar en los lugares más inesperados, como delante de una tortilla de atún o en mitad de una clase de violonchelo. Sabes que en otro tiempo se esforzaba por ordenar las lágrimas en sus ojos de miel antes de precipitarse al vacío, pero ahora ha entendido que se ordenan las facturas o los apuntes, pero no las lágrimas, que acaban desbordándole las cuencas de los ojos y disparándose como un confetti cualquiera. Los papelitos de confetti de Anna, papeles escritos con tinta de otro tiempo. Quizás un día explote por culpa nuestra y entonces podrás reconstruir un cuento de dragones, castillos, princesas, hadas, sapos y fortalezas, que de tanto ser fortalezas pasan a ser cárceles. Y Anna vive en un castillo que es a la vez su cárcel, la cárcel que con tanto esfuerzo ha construido con los años. Y pasa el tiempo armada hasta los dientes mientras espera que alguien la salve de si misma.
Y tu te sientas en el sofá de su casa y le cuentas todo esto, y después de su tercer bostezo entiendes que empieza a impacientarse, será que no le interesa nada la historia de su vida o que echa de menos la calma sencilla de la soledad de su casa, mientras tú no entiendes cómo es posible que Anna no te necesite. Pero no te necesita y cuando te das cuenta ya estás en la puerta, Anna empujándote levemente con las yemas de los dedos, casi sin rozarte, y se despide de ti como siempre, fría y distante, con ganas de que te vayas. Y Anna no sabe que algo se ha roto, que tú habías planeado quedarte hablando con ella hasta la madrugada. Pero Anna ya ha cerrado la puerta y la que se siente sola eres tú, esperando en el rellano de casa de Anna que pase algo, que pase algo enseguida para no sentir que tú también guardas dentro una Anna que se siente triste y sola. Entonces llamas de nuevo al timbre porque de pronto has entendido que eres tú, y no ella, quien necesita compañía. Anna abre la puerta y tú la abrazas y sientes que el miedo desaparece, que la soledad se escurre, que Anna es una gran lumbre en mitad de la frialdad del mundo.

Bourbon

El cuerpo pide hache. Y sin embargo. Un amigo, una cena, unas canciones, un lambrusco y una botella de Old Virginia después, el cuerpo se apacigua y la mente resurge entre las cenizas. El cine de la vida nos enseña que las batallas importantes siempre las ganan los buenos. O, en su defecto, los menos malos.

viernes, septiembre 01, 2006

Enfermedades

Llega por fin a la habitación. Huele a cabaret blanco y nada parece doler a su alrededor. Y sin embargo. Las flores, el sabor a duelo, la rigidez de los dedos de los pies. Pasa hasta la cama y le da un golpe a la bolsita de suero con el codo. Él se sobresalta porque, cuando está solo, piensa que la siguiente persona en entrar será la muerte. Puedes ser tú, la muerte, le dice. Me gustaría que viniese a buscarme vestida de ti. Ella no responde porque, aunque todo puede preguntarse, no hay respuesta para todas las preguntas. Sólo se traga el llanto con esa esponja que le ha crecido en la boca del estómago y le abraza tanto rato y tan fuerte que llega la hora de la cena. Se levanta de su lado para tomarse un café y todavía no ha dicho una palabra por miedo a quebrarse. Camina despacio hacia la puerta y ya en el umbral, como entre este y otro mundo, se produce el milagro. Mañana intentaré acabar el puzzle. Empiezo a tener prisa. Pasaría otra vez por esto sólo por volver a recibir de ti todo este amor.