viernes, septiembre 01, 2006

Enfermedades

Llega por fin a la habitación. Huele a cabaret blanco y nada parece doler a su alrededor. Y sin embargo. Las flores, el sabor a duelo, la rigidez de los dedos de los pies. Pasa hasta la cama y le da un golpe a la bolsita de suero con el codo. Él se sobresalta porque, cuando está solo, piensa que la siguiente persona en entrar será la muerte. Puedes ser tú, la muerte, le dice. Me gustaría que viniese a buscarme vestida de ti. Ella no responde porque, aunque todo puede preguntarse, no hay respuesta para todas las preguntas. Sólo se traga el llanto con esa esponja que le ha crecido en la boca del estómago y le abraza tanto rato y tan fuerte que llega la hora de la cena. Se levanta de su lado para tomarse un café y todavía no ha dicho una palabra por miedo a quebrarse. Camina despacio hacia la puerta y ya en el umbral, como entre este y otro mundo, se produce el milagro. Mañana intentaré acabar el puzzle. Empiezo a tener prisa. Pasaría otra vez por esto sólo por volver a recibir de ti todo este amor.