martes, agosto 29, 2006

Amistadina

Ella camina despacio y se sienta en un banco a esperar el paso del tiempo. El paso del tiempo se acerca despacio y guapo como nadie, trajeado y con sombrero de ala ancha, como los hombres de las fotos de otros tiempos. El paso del tiempo se sienta a su lado y también espera. Ella lo sabe aunque no hayan hablado, porque juntos van fumándose las horas y soltando un humo espeso que es casi tacto.
Por fin llega ella y los tres se levantan del banco y caminan por la ciudad, atraviesan bares y esquinas y llegan a Manchester. La luz roja les asusta un poco, o igual es que hace tanto que no se ven. Quieren decirse todo y les tiemblan los labios y las rodillas. Y sin embargo. No hablan de lo que de verdad mueve sus mundos por miedo a no elegir bien el idioma. Por fin deciden tomarse un par de gyntonics y mojar las ganas en las burbujas. Se quieren de esa manera extraña en que se quieren dos personas que lo saben y no lo dicen. Todo toma un color transparente mucho más intenso que el rojo de las paredes de Manchester. Y sin embargo. Siguen sin hablarse de lo que de verdad las hace bailar.
Suena un teléfono y deciden mudarse de ciudad. Siguen los gyntonics y el dinero se echa a dormir, cansado ya de no tener el valor de las palabras. La noche pretende ser ideal, aunque el paso del tiempo les patea el culo. Han encontrado compañía con la que seguir la noche, cerrada como sus bocas de no decir verdades, y se deslizan como ladronas hacia donde no les hagan luz de gas.
La música suena y ella piensa que no es música sino animalitos amenazantes, y de pronto ya no lo piensa sino que de verdad lo son, animales salvajes que la acechan, la violan, la encuentran, la raptan. Ellas se creen lejos de sus garras junto a sus dos acompañantes que hablan como quisieran hablar todas las bocas del mundo. Y sin embargo. No hay seguridad de vencer. Las bocas dejan de hablar y de pronto ya no son bocas sino grutas, grutas que dejan entrever toda la maldad del inocente que hiere sin quererlo, esa manera de herir que tienen algunos inocentes, pobres, que han nacido, sobre todo, para ser el puñal del mundo. Y eso también tiene una parte tan tierna que la hace llorar.
Ella acaba la noche sola y cansada de ser hombre. Ya queda menos, piensa, para estar ciega. Tanta fealdad le daña las pupilas, le irrita los párpados, le pudre la córnea. Y sin embargo. Tanta fealdad y todavía, la ves?, todavía sigue tirándose al espejo.

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Sé de qué hablas y no. pero un día nos haremos mayores y comprenderemos.

11:23 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

He llegado a tu web desde otro blogger. Veo que acabas de empezar y no estás mal. Ya iré viniendo más por aquí.

Tapronto!

11:55 p. m.  

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